El capitalismo neoliberal acaba de demostrar que no funciona.
La socialdemocracia es un híbrido que avanza dos pasos adelante para retroceder tres.
Pero el LIBERALISMO auténtico nunca ha llegado a implantarse ni a desarrollarse.
Ahora, tras el reconocimiento de la crisis, Zapatero dice que como "Ha fracasado el llamado modelo neoliberal, la respuesta va a ser socialdemócrata".
Pero socialdemocracia significa más control, más impuestos y menos libertades.
La socialdemocracia no entiende de libertades que no puedan ser controladas por el gobierno. Pero la falta de libertad no puede implicar un mayor recorte de libertades. No hace falta mas socialismo, ni mas socialdemocracia, ni mas "neoliberalismo", sino mas LIBERALISMO auténtico.
Libertad y libre mercado, es decir, seres humanos libres para comerciar y crear riqueza.
¿QUÉ ES EL LIBERALISMO? (extractos de textos de Juan Pina)
El liberalismo no es una ideología. Las ideologías son sistemas cerrados. El liberalismo es una corriente de pensamiento político y económico, cuyos fundamentos filosóficos más lejanos pueden hallarse en el racionalismo de Aristóteles, y cuyo desarrollo práctico se dio en Europa a partir del siglo XVII, en el clima propicio posterior a la Reforma y en plena emersión de los valores derivados del capitalismo incipiente, alcanzando su periodo clásico en los siglos XVIII y XIX.
Liberal es aquél que considera la libertad individual de las personas como el valor supremo, incluso por encima de otros tan importantes como el orden o la equidad.
El liberalismo es indivisible. O se es liberal en todo o, en realidad, se es otra cosa. Para el liberal la prioridad esencial es la libertad tanto política como económica de los individuos, a (casi) cualquier precio, porque sin ella no somos nada, casi ni siquiera humanos. Y ese liberalismo implica necesariamente posiciones muy “de derechas” en unos temas, muy “de izquierdas” en otros y completamente diferentes de todo lo demás en algunos aspectos. Su prioridad es la libertad... pero toda la libertad. Y la libertad ni es de izquierdas ni es de derechas.
Hoy día, ¿en qué se diferencia la izquierda de la derecha? ¿No encontramos frecuentemente posturas políticas antagónicas dentro de la izquierda y dentro de la derecha, y multitud de posiciones que son idénticas en ambas? Sería esclarecedor situar las ideas en un plano y no en una escala lineal. El plano tiene un eje horizontal de izquierda a derecha según la escala convencional, pero tiene también un eje vertical en cuyo extremo superior se encuentra el mayor grado de individualismo y de respeto por la acción directa de cada persona, mientras en el extremo inferior se da el mayor intervencionismo colectivista. El resultado es como una revelación: encontramos en la parte baja de este “mapa” ideológico, recorriendo toda su longitud, a las ideologías que más han dañado al ser humano, desde el fascismo y el nazismo hasta el comunismo. Un poco más arriba, pero todavía muy por debajo de la media, se encuentran intervencionistas “duros” como la Falange española o el peronismo (auténtico) argentino. Hacia la zona media de la tabla, todo el recorrido de izquierda a derecha está ocupado por los intervencionistas democráticos (los que justifican su invasión del ámbito personal de decisiones en el mito de la legitimación popular), es decir, ciertos grupos de “nueva izquierda”, los socialdemócratas, algunos ecologistas, los “centristas”, los democristianos y los conservadores. Pero a partir de ahí, si seguimos subiendo en el mapa y aproximándonos por tanto a las cotas de mayor aprecio a la libertad individual de cada ser humano y, por ende, a la menor injerencia del poder en la vida de la gente, sólo encontramos a los diversos tipos de liberales y, más arriba aún, a los libertarios y los llamados “anarcocapitalistas”.
La conclusión principal que uno extrae de esta representación política en el plano es que queda desnuda la escasa relevancia del eje horizontal, y el vertical adquiere de golpe una enorme trascendencia. El eje vertical, es decir, la escala individualismo-colectivismo (que también podría denominarse libertad-represión o persona-masa) es actualmente la escala más correcta para determinar la posición de un proyecto de ley, de un político o de una decisión. Y una de las consecuencias principales de esta nueva forma de expresión espacial de las ideas políticas es que aniquila el ataque frecuente a los liberales respecto a nuestro supuesto “oportunismo” al estar “en la derecha para unas cosas y en la izquierda para otras”: pasa a ser evidente que estamos, para todas las cosas, inequívocamente del lado superior, del lado del individuo y de su libertad personal, y que eso, naturalmente, nos lleva a tomar posiciones en economía que a la “izquierda” le parecen de “derechas” y posiciones en cuanto a los Derechos Humanos y civiles y las libertades públicas que causan el efecto contrario. Otra de estas consecuencias es que también pasa a ser evidente que la extrema derecha y la extrema izquierda son en realidad muy similares, y que los intervencionistas democráticos también son muy parecidos entre sí, llámense socialistas o conservadores, democristianos o socialdemócratas: todos apuestan por un Estado paternalista facultado para meter la mano en los bolsillos de sus “hijos” los ciudadanos y sacar de ahí los fondos que, con su demostrada incapacidad, insiste en seguir “redistribuyendo”. Es un Estado, además, que se cree en la obligación de imponer a la sociedad una determinada moral, ya sea el mito altruísta laico de los socialdemócratas o la moral religiosa de los conservadores. Sólo en la parte superior del “mapa” encontramos un refugio para el ser humano individual, para la persona entendida como fin en sí misma y no como hormiga de un hormiguero que la supera y aliena. Sólo en la profunda asunción de la libertad como norte y guía de la política y de la economía, con todas sus consecuencias, está el camino que nos aleja irreversiblemente del colectivismo “duro” de izquierdas y derechas (Stalin, Hitler, Franco, Castro) y del colectivismo “blando” de izquierdas y derechas (Blair, Aznar, Chirac, Schroeder)... el camino hacia la emancipación de las personas mediante el ejercicio pleno de su soberanía.
El auge del marxismo como interpretación de la realidad debilitó la cosmovisión liberal y hundió electoralmente a los liberales. De hecho hundió incluso la credibilidad de las democracias liberales en los años veinte y treinta, favoreciendo el surgimiento de alternativas autoritarias y totalitarias de todo signo. Las sociedades occidentales desarrolladas, con algunas excepciones, cayeron en un profundo bipartidismo que, al término de la Segunda Guerra Mundial y hasta bien entrados los años ochenta, reflejó en realidad el reparto del mercado de las ideas entre dos grandes corrientes: los herederos del marxismo, reconvertidos en partidos de corte socialdemócrata; y los herederos del pensamiento conservador, tradicionalista y generalmente de raíces confesionales, nucleados en torno a partidos democristianos.
En Occidente los liberales ocupan un espacio político que coincide con la zona de intersección de dos grandes maquinarias comunicacionales, la conservadora y la socialista.
Por ello su voz queda silenciada o muy atenuada, y por ello la gente no les vota. Para votar a un partido más pequeño y débil que dice lo mismo que el grande y poderoso, mejor votan directamente al grande y poderoso.
...ha llegado la hora de ir abandonando el centrismo táctico y recuperar el puro liberalismo filosófico, nos sitúe donde nos sitúe.
Los partidos liberales no se atreven a dar un puñetazo en la mesa que ya va siendo bastante necesario para agitar un poco la anquilosada democracia occidental. Tras reclamar la atención con ese simbólico puñetazo, habría que hablar de lo que nadie habla y poner sobre la mesa ideas y propuestas radicales que nadie más defiende. Así, en Europa los partidos liberales deberían cuestionar abiertamente el Estado del bienestar (que hoy ya se ha convertido en el bienestar del Estado).
Los liberales que se dedican a la política de partidos deberían ser conscientes de que el sistema político en su conjunto está alcanzando importantes niveles de agotamiento que se traducen en el hastío de una buena porción del electorado. Por eso los líderes populistas que aportan mensajes directos y soluciones simplistas van ganando terreno, así como los grupos marginales extremistas en algunos países. Ello implica la necesidad de que los partidos liberales aporten ideas realmente novedosas para ser percibidos, claramente, como una alternativa al conjunto, al sistema, como una fuerza política verdaderamente distinta y opuesta a las demás. Si algunas de esas propuestas coinciden en algo, puntualmente, con la visión de la derecha o de la izquierda, no pasa nada. Muchas otras propuestas serán evidentemente distintas a ambas. Sólo así se podrá capitalizar el descontento y canalizar dentro del sistema democrático voluntades que de otra forma terminarán rechazando la propia democracia.
En casi todos los países, los partidos liberales se han anquilosado, se han esclerotizado, se han acomodado. No representan instintos de cambio profundo (cambios en el sistema) sino burdas posiciones intermedias.
El liberalismo auténtico no es un punto de llegada sino de partida. No es un listado de objetivos elementales sino un proceso interminable, una progresión ilimitada: el avance de la libertad humana. Ese proceso conlleva la adaptación a la realidad política de cada momento. En cada tiempo hay conquistas liberales que hacer, batallas que librar...
A los políticos liberales de hoy les falta, sobre todo, un poco de rebeldía. El liberalismo debe hacerse menos “soft” y más “hard”, un poco menos dialogante y mucho más reivindicativo. Y en muchos casos, debe hacerse rebelde.
Nada más les hace falta un poco más de valentía y un poco menos de sometimiento intelectual a sus adversarios, y ya va siendo hora. Sin ese sometimiento intelectual, sin ese miedo a destacar, sin ese terror a alejarse del consenso generalizado, los partidos liberales verían nítidamente que su mayor opción de éxito es coincidente con su mayor caballo de batalla filosófico: el ataque frontal al hiperestado.
Los conservadores son tan intervencionistas como los socialdemócratas, nada más intervienen de otras formas y en otras áreas.
Desde mediados de los años ochenta, el liberalismo esta inmerso en un profundo debate filosófico y en una importante autocrítica.
Puestos a la tarea de aggiornare, el futuro del liberalismo no está ni a la “derecha” ni a la “izquierda” sino delante, y “delante” significa unas veces a un lado y otras al otro, pero siempre más cerca del individuo, más modernos, menos intervencionistas, más decididos a derrocar el colectivismo, mucho menos conformistas.
Para terminar ... unas pinceladas programáticas, unas propuestas específicas del liberalismo actual, un liberalismo fuertemente libertario, radicalmente anticolectivista, firmemente opuesto a la derecha y a la izquierda tradicionales en unos casos, y superador de ambas en otros.
Para los liberales la soberanía y el autogobierno de la persona prevalecen por encima de cualquier otra consideración, por importante que ésta sea.
Los liberales condenan toda influencia del misticismo sobre la política y sobre la Ley, trasladando a cada ciudadano la plena libertad de decidir sobre todas las cuestiones de tipo moral. Creen en el derecho a la interrupción del embarazo como un elemento esencial de la soberanía personal de la mujer. Creen en el derecho a decidir la propia muerte o planificar las circunstancias de la misma, es decir, el derecho a la eutanasia. Creen que las drogas deben legalizarse, no sólo porque es la mejor manera de evitar su adulteración y hundir a las mafias del narcotráfico, sino porque el ser humano es libre de consumir cualquier producto. Creen que la orientación sexual de las personas es un factor personal irrelevante a la hora de considerarlas, como la raza, la edad, la estatura o el color del pelo, y por ello reivindican todos los derechos para el colectivo de gays y lesbianas, incluyendo el derecho de adopción. Creen en el derecho a la objeción de conciencia respecto a cualquier obligación impuesta por el Estado. Creen que la profesión militar debe ser voluntaria y exigen la abolición del servicio militar en los países donde persiste, por se un secuestro legal intolerable. Creen en la libertad de asentamiento de las personas en cualquier lugar del mundo y consideran obsoleto el concepto de nacionalidad frente al de residencia. Creen en el libre ejercicio de la prostitución, regulada como una profesión más.
Los liberales creen que la soberanía personal se ejerce sobre un ámbito, que es el de la propiedad. El derecho de propiedad es esencial. La persona nace con algunas propiedades: el proceso biológico que llamamos “vida”, el cuerpo y sus órganos y productos, la opción reproductiva, la mente y la capacidad de pensar e idear, la fuerza y la capacidad de transformar la materia. Con el paso del tiempo adquiere otras propiedades, como los conocimientos, la experiencia, la habilidad, la capacidad de trabajar y los objetos, títulos y derechos que obtiene por diferentes medios: a cambio de su trabajo intelectual o físico, por regalo, por azar, por su habilidad en la adquisición y enajenación de otras propiedades u otras formas de interacción con otros individuos, etcétera. La propiedad es indisociable de la condición soberana de la persona: es la faceta tangible del carácter humano y no meramente animal de la persona. Cuando se priva a una persona de su propiedad bienhabida se hace añicos su soberanía y se la reduce a la condición de esclava, porque sin propiedad casi no hay persona. Por lo tanto los liberales condenan la lógica de alta tributación y posterior redistribución, una lógica que infantiliza a las personas y crea un hiperestado orwelliano tan insidioso como incapaz.
Los liberales creen en una tributación muy reducida, limitada constitucionalmente, destinada al mantenimiento de un Estado mínimo que actúe como árbitro y garante, sin intervenir en la economía ni en la cultura ni en la sociedad. Creen justo que esa tributación sea proporcional y no progresiva. Creen que el endeudamiento del Estado también debe limitarse constitucionalmente. Creen que la glorificación del Estado del bienestar ha sido un gran error y que éste debe ser desmantelado paulatinamente y sustituido por instituciones de previsión, sanidad y educación emergidas libremente en la sociedad, ya sean con ánimo de lucro o no. Creen que la universalidad de la sanidad, la educación, la atención jurídica o la previsión de la vejez son conquistas irrenunciables, pero que están mejor gestionadas por entidades privadas que por el Estado. Es particularmente sangrante el expolio al que se somete a los ciudadanos en Europa, España incluida, a través de las cotizaciones a un sistema público de pensiones que sólo genera pobreza en la vejez. Las pensiones de miseria son una consecuencia directa del llamado sistema de “reparto”, el actual, que los liberales queremos sustituir por un sistema de capitalización individual privada, con un fondo de solidaridad que cotice por quienes no puedan hacerlo. Este mismo sistema es extrapolable a la previsión del desempleo, a la educación y a la sanidad.
Los liberales creen en Estados de tipo federal donde se asegure el pluralismo de las identidades etnoculturales, y prefieren una gran desconcentración de la gestión y de la recaudación, no una administración central fuerte e injerencista. Los liberales no creen que la monarquía hereditaria tenga sentido en el marco político de una sociedad libre.
Los liberales quieren una democracia profunda y permanente. Profunda porque no se dé un cheque en blanco a los políticos sino un mandato concreto, permanente porque los actuales medios tecnológicos permiten frecuentes consultas a la ciudadanía. Creen que un sistema electoral justo es matemáticamente proporcional a lo votado, sin las manipulaciones actuales vía Ley d’Hondt. Por supuesto quieren listas abiertas, voto por prioridades, escaños vacíos por los votos en blanco, etcétera. Al mismo tiempo, no creen que el Estado deba financiar con los impuestos ni a los partidos políticos ni a los sindicatos ni a las patronales ni a las confesiones religiosas ni a ninguna entidad privada, sino que es la sociedad quien libremente aportará a aquellas entidades que prefiera, siendo fiscalmente desgravables las aportaciones a cualquier entidad no lucrativa.
Los liberales son exigentes en la calidad de la democracia, pero al mismo tiempo advierten que ésta se prostituye cuando se sale de su papel. La democracia es el sistema ideal para la adopción de las decisiones colectivas, y no puede emplearse como excusa para invadir el ámbito de decisión privada de las personas.
Creen que una democracia auténtica requiere una administración de justicia realmente independiente. Se oponen al nombramiento de los órganos judiciales y de la Fiscalía por parte del poder ejecutivo o legislativo.
Los liberales creen firmemente en el mercado. El mercado no es otra cosa que la libre interacción de millones de personas. El mercado se prostituye y crea injusticias cuando los políticos intentan moldearlo a su capricho. El mercado más justo es el mercado más libre. El mercado existe desde la prehistoria, desde las sociedades humanas más simples. El mercado es la relación voluntaria de intercambio entre las personas, que al actuar en interés propio generan un beneficio tangencial para la comunidad.
Creen que el tiempo de cada persona le pertenece y puede administrarlo como desee. Por ello, entre otras cosas, creemos en la plena libertad de horarios comerciales. Si un comprador quiere comprarse una mesa un domingo a las cuatro de la madrugada y la tienda, sea grande o pequeña, quiere abrir, nadie tiene derecho a impedirlo.
Creen en la libre asociación, y por ello estan en contra de la adscripción obligatoria a colegios profesionales, sociedades de autores u otros organismos. El corporativismo merma seriamente la espontaneidad.
Aborrecen las costosas campañas de publicidad, pagadas con los impuestos, por medio de las cuales el Estado dice lo que hay que hacer o sentir. Son los ciudadanos los que tienen que decirle al Estado lo que tiene que hacer, y sobre todo lo que no tiene que hacer.Los liberales no creen en los medios de comunicación de titularidad pública, que suelen ser pozos sin fondo hiperdeficitarios y que sólo sirven a los intereses de comunicación del gobierno de turno.
Los liberales condenan la violencia, el uso de la fuerza para condicionar la acción de otros, ya sea el Estado o un particular quien la ejerza. Creen firmemente en los Derechos Humanos y civiles, y detestan toda forma de tortura o trato degradante, condenando la mayor abominación contra la principal propiedad privada, es decir, la pena de muerte.
Los liberales ses rien del neopatriotismo en cualquiera de sus manifestaciones y estan por la globalización y el mestizaje. Anteponen los Derechos Humanos y civiles al concepto de soberanía estatal, defendiendo el derecho de injerencia humanitaria y democrática.
En definitiva, creen en una sociedad de hombres y mujeres responsables de sí mismos (la responsabilidad es la otra cara de la moneda de la libertad). Una sociedad de seres adultos, soberanos, autogobernados, una sociedad de personas en la plena extensión de la palabra, es decir, una sociedad libre.
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