sábado, 29 de noviembre de 2008

SIN UNA GUERRA MUNDIAL EL PARO NO CEDERÁ


La peor cara de la crisis es el paro masivo. Y ha llegado para quedarse pese a los planes de inversión pública. "Suponga que usted debe emplear un trabajador, y que sólo un hombre desea el empleo. Debe pagarle lo que pida. Pero suponga que hay cien hombres, y esos cien quieren ese empleo. Suponga que tienen hijos y que esos hijos tienen hambre. Suponga que una moneda de diez céntimos compra al menos una papilla para esos hijos. Ofrézcales solamente diez céntimos y se matarán unos a otros por conseguir el puesto". La cita es de Las uvas de la ira, el libro de John Steinbeck que describe las penurias de los Joad, una familia de granjeros a los que la Gran Depresión los dejó sin tierra, sin casa y en busca de trabajo. Lo más revelador de la cita es que se escribió en 1939, 10 años después del crash, cuando la tasa de desempleo era aún del 15%. No fueron las obras públicas impulsadas por el new deal del presidente Roosevelt las que hicieron desaparecer el desempleo, sino la II Guerra Mundial, que movilizó a 12 millones de jóvenes. Los Gobiernos apuntan ahora a la misma solución mágica con renovados new deal: inversión y ayudas públicas para paliar la ralentización en la actividad privada. Pero sin una guerra mundial en ciernes, el paro no cederá. Los puestos que se destruyen ahora a toda velocidad pueden tardar mucho en recuperarse, incluso una década.

Del artículo "Cuando las cosas van de verdad mal", de Ramón Muñoz, El País, 23-11-08.

martes, 18 de noviembre de 2008

LA VIDA FELIZ


Las cosas que hacen más feliz la vida, gratísimo Marcial, son éstas: una hacienda no conseguida con esfuerzo, sino heredada; un campo no desagradecido, un fuego permanentemente encendido; un pleito nunca, la toga en pocas ocasiones, el espíritu tranquilo; unas fuerzas de hombre libre, un cuerpo sano; una sencillez prudente, amigos de igual condición; convites fáciles, una mesa sin aparato; una noche no ebria, sino libre de cuidados; un lecho no triste y sin embargo casto; un sueño que haga breves las tinieblas; querer ser lo que eres y no preferir otra cosa; no temer el último día, ni desearlo.

Marco Valerio Marcial (Epigrama X 47).

miércoles, 22 de octubre de 2008

PERO ¿POR QUÉ BUSCAR TERCERAS VÍAS CUANDO AÚN NO SE HA DESARROLLADO UNA DE LAS PRIMERAS?

El socialismo, tras más de 70 años, fracasó en la URSS y ha fracasado, como sistema económico allá donde se ha implantado.

El capitalismo neoliberal acaba de demostrar que no funciona.

La socialdemocracia es un híbrido que avanza dos pasos adelante para retroceder tres.

Pero el LIBERALISMO auténtico nunca ha llegado a implantarse ni a desarrollarse.

Ahora, tras el reconocimiento de la crisis, Zapatero dice que como "Ha fracasado el llamado modelo neoliberal, la respuesta va a ser socialdemócrata".

Pero socialdemocracia significa más control, más impuestos y menos libertades.

La socialdemocracia no entiende de libertades que no puedan ser controladas por el gobierno. Pero la falta de libertad no puede implicar un mayor recorte de libertades. No hace falta mas socialismo, ni mas socialdemocracia, ni mas "neoliberalismo", sino mas LIBERALISMO auténtico.

Libertad y libre mercado, es decir, seres humanos libres para comerciar y crear riqueza.

La causa última de esta crisis ha sido la CODICIA estimulada por el precio artificialmente bajo del dinero que ha llevado a un consumismo excesivo y, como dice el banquero, a que los propios bancos cometieran demasiados excesos.

¿QUÉ ES EL LIBERALISMO? (extractos de textos de Juan Pina)

El liberalismo no es una ideología. Las ideologías son sistemas cerrados. El liberalismo es una corriente de pensamiento político y económico, cuyos fundamentos filosóficos más lejanos pueden hallarse en el racionalismo de Aristóteles, y cuyo desarrollo práctico se dio en Europa a partir del siglo XVII, en el clima propicio posterior a la Reforma y en plena emersión de los valores derivados del capitalismo incipiente, alcanzando su periodo clásico en los siglos XVIII y XIX.

Liberal es aquél que considera la libertad individual de las personas como el valor supremo, incluso por encima de otros tan importantes como el orden o la equidad.

El liberalismo es indivisible. O se es liberal en todo o, en realidad, se es otra cosa. Para el liberal la prioridad esencial es la libertad tanto política como económica de los individuos, a (casi) cualquier precio, porque sin ella no somos nada, casi ni siquiera humanos. Y ese liberalismo implica necesariamente posiciones muy “de derechas” en unos temas, muy “de izquierdas” en otros y completamente diferentes de todo lo demás en algunos aspectos. Su prioridad es la libertad... pero toda la libertad. Y la libertad ni es de izquierdas ni es de derechas.

Hoy día, ¿en qué se diferencia la izquierda de la derecha? ¿No encontramos frecuentemente posturas políticas antagónicas dentro de la izquierda y dentro de la derecha, y multitud de posiciones que son idénticas en ambas? Sería esclarecedor situar las ideas en un plano y no en una escala lineal. El plano tiene un eje horizontal de izquierda a derecha según la escala convencional, pero tiene también un eje vertical en cuyo extremo superior se encuentra el mayor grado de individualismo y de respeto por la acción directa de cada persona, mientras en el extremo inferior se da el mayor intervencionismo colectivista. El resultado es como una revelación: encontramos en la parte baja de este “mapa” ideológico, recorriendo toda su longitud, a las ideologías que más han dañado al ser humano, desde el fascismo y el nazismo hasta el comunismo. Un poco más arriba, pero todavía muy por debajo de la media, se encuentran intervencionistas “duros” como la Falange española o el peronismo (auténtico) argentino. Hacia la zona media de la tabla, todo el recorrido de izquierda a derecha está ocupado por los intervencionistas democráticos (los que justifican su invasión del ámbito personal de decisiones en el mito de la legitimación popular), es decir, ciertos grupos de “nueva izquierda”, los socialdemócratas, algunos ecologistas, los “centristas”, los democristianos y los conservadores. Pero a partir de ahí, si seguimos subiendo en el mapa y aproximándonos por tanto a las cotas de mayor aprecio a la libertad individual de cada ser humano y, por ende, a la menor injerencia del poder en la vida de la gente, sólo encontramos a los diversos tipos de liberales y, más arriba aún, a los libertarios y los llamados “anarcocapitalistas”.

La conclusión principal que uno extrae de esta representación política en el plano es que queda desnuda la escasa relevancia del eje horizontal, y el vertical adquiere de golpe una enorme trascendencia. El eje vertical, es decir, la escala individualismo-colectivismo (que también podría denominarse libertad-represión o persona-masa) es actualmente la escala más correcta para determinar la posición de un proyecto de ley, de un político o de una decisión. Y una de las consecuencias principales de esta nueva forma de expresión espacial de las ideas políticas es que aniquila el ataque frecuente a los liberales respecto a nuestro supuesto “oportunismo” al estar “en la derecha para unas cosas y en la izquierda para otras”: pasa a ser evidente que estamos, para todas las cosas, inequívocamente del lado superior, del lado del individuo y de su libertad personal, y que eso, naturalmente, nos lleva a tomar posiciones en economía que a la “izquierda” le parecen de “derechas” y posiciones en cuanto a los Derechos Humanos y civiles y las libertades públicas que causan el efecto contrario. Otra de estas consecuencias es que también pasa a ser evidente que la extrema derecha y la extrema izquierda son en realidad muy similares, y que los intervencionistas democráticos también son muy parecidos entre sí, llámense socialistas o conservadores, democristianos o socialdemócratas: todos apuestan por un Estado paternalista facultado para meter la mano en los bolsillos de sus “hijos” los ciudadanos y sacar de ahí los fondos que, con su demostrada incapacidad, insiste en seguir “redistribuyendo”. Es un Estado, además, que se cree en la obligación de imponer a la sociedad una determinada moral, ya sea el mito altruísta laico de los socialdemócratas o la moral religiosa de los conservadores. Sólo en la parte superior del “mapa” encontramos un refugio para el ser humano individual, para la persona entendida como fin en sí misma y no como hormiga de un hormiguero que la supera y aliena. Sólo en la profunda asunción de la libertad como norte y guía de la política y de la economía, con todas sus consecuencias, está el camino que nos aleja irreversiblemente del colectivismo “duro” de izquierdas y derechas (Stalin, Hitler, Franco, Castro) y del colectivismo “blando” de izquierdas y derechas (Blair, Aznar, Chirac, Schroeder)... el camino hacia la emancipación de las personas mediante el ejercicio pleno de su soberanía.

El auge del marxismo como interpretación de la realidad debilitó la cosmovisión liberal y hundió electoralmente a los liberales. De hecho hundió incluso la credibilidad de las democracias liberales en los años veinte y treinta, favoreciendo el surgimiento de alternativas autoritarias y totalitarias de todo signo. Las sociedades occidentales desarrolladas, con algunas excepciones, cayeron en un profundo bipartidismo que, al término de la Segunda Guerra Mundial y hasta bien entrados los años ochenta, reflejó en realidad el reparto del mercado de las ideas entre dos grandes corrientes: los herederos del marxismo, reconvertidos en partidos de corte socialdemócrata; y los herederos del pensamiento conservador, tradicionalista y generalmente de raíces confesionales, nucleados en torno a partidos democristianos.

En Occidente los liberales ocupan un espacio político que coincide con la zona de intersección de dos grandes maquinarias comunicacionales, la conservadora y la socialista.

Por ello su voz queda silenciada o muy atenuada, y por ello la gente no les vota. Para votar a un partido más pequeño y débil que dice lo mismo que el grande y poderoso, mejor votan directamente al grande y poderoso.

...ha llegado la hora de ir abandonando el centrismo táctico y recuperar el puro liberalismo filosófico, nos sitúe donde nos sitúe.

Los partidos liberales no se atreven a dar un puñetazo en la mesa que ya va siendo bastante necesario para agitar un poco la anquilosada democracia occidental. Tras reclamar la atención con ese simbólico puñetazo, habría que hablar de lo que nadie habla y poner sobre la mesa ideas y propuestas radicales que nadie más defiende. Así, en Europa los partidos liberales deberían cuestionar abiertamente el Estado del bienestar (que hoy ya se ha convertido en el bienestar del Estado).

Los liberales que se dedican a la política de partidos deberían ser conscientes de que el sistema político en su conjunto está alcanzando importantes niveles de agotamiento que se traducen en el hastío de una buena porción del electorado. Por eso los líderes populistas que aportan mensajes directos y soluciones simplistas van ganando terreno, así como los grupos marginales extremistas en algunos países. Ello implica la necesidad de que los partidos liberales aporten ideas realmente novedosas para ser percibidos, claramente, como una alternativa al conjunto, al sistema, como una fuerza política verdaderamente distinta y opuesta a las demás. Si algunas de esas propuestas coinciden en algo, puntualmente, con la visión de la derecha o de la izquierda, no pasa nada. Muchas otras propuestas serán evidentemente distintas a ambas. Sólo así se podrá capitalizar el descontento y canalizar dentro del sistema democrático voluntades que de otra forma terminarán rechazando la propia democracia.

En casi todos los países, los partidos liberales se han anquilosado, se han esclerotizado, se han acomodado. No representan instintos de cambio profundo (cambios en el sistema) sino burdas posiciones intermedias.

El liberalismo auténtico no es un punto de llegada sino de partida. No es un listado de objetivos elementales sino un proceso interminable, una progresión ilimitada: el avance de la libertad humana. Ese proceso conlleva la adaptación a la realidad política de cada momento. En cada tiempo hay conquistas liberales que hacer, batallas que librar...

A los políticos liberales de hoy les falta, sobre todo, un poco de rebeldía. El liberalismo debe hacerse menos “soft” y más “hard”, un poco menos dialogante y mucho más reivindicativo. Y en muchos casos, debe hacerse rebelde.

Nada más les hace falta un poco más de valentía y un poco menos de sometimiento intelectual a sus adversarios, y ya va siendo hora. Sin ese sometimiento intelectual, sin ese miedo a destacar, sin ese terror a alejarse del consenso generalizado, los partidos liberales verían nítidamente que su mayor opción de éxito es coincidente con su mayor caballo de batalla filosófico: el ataque frontal al hiperestado.

Los conservadores son tan intervencionistas como los socialdemócratas, nada más intervienen de otras formas y en otras áreas.

Desde mediados de los años ochenta, el liberalismo esta inmerso en un profundo debate filosófico y en una importante autocrítica.

Puestos a la tarea de aggiornare, el futuro del liberalismo no está ni a la “derecha” ni a la “izquierda” sino delante, y “delante” significa unas veces a un lado y otras al otro, pero siempre más cerca del individuo, más modernos, menos intervencionistas, más decididos a derrocar el colectivismo, mucho menos conformistas.

Algunas ideas-fuerza

Para terminar ... unas pinceladas programáticas, unas propuestas específicas del liberalismo actual, un liberalismo fuertemente libertario, radicalmente anticolectivista, firmemente opuesto a la derecha y a la izquierda tradicionales en unos casos, y superador de ambas en otros.

Para los liberales la soberanía y el autogobierno de la persona prevalecen por encima de cualquier otra consideración, por importante que ésta sea.

Los liberales condenan toda influencia del misticismo sobre la política y sobre la Ley, trasladando a cada ciudadano la plena libertad de decidir sobre todas las cuestiones de tipo moral. Creen en el derecho a la interrupción del embarazo como un elemento esencial de la soberanía personal de la mujer. Creen en el derecho a decidir la propia muerte o planificar las circunstancias de la misma, es decir, el derecho a la eutanasia. Creen que las drogas deben legalizarse, no sólo porque es la mejor manera de evitar su adulteración y hundir a las mafias del narcotráfico, sino porque el ser humano es libre de consumir cualquier producto. Creen que la orientación sexual de las personas es un factor personal irrelevante a la hora de considerarlas, como la raza, la edad, la estatura o el color del pelo, y por ello reivindican todos los derechos para el colectivo de gays y lesbianas, incluyendo el derecho de adopción. Creen en el derecho a la objeción de conciencia respecto a cualquier obligación impuesta por el Estado. Creen que la profesión militar debe ser voluntaria y exigen la abolición del servicio militar en los países donde persiste, por se un secuestro legal intolerable. Creen en la libertad de asentamiento de las personas en cualquier lugar del mundo y consideran obsoleto el concepto de nacionalidad frente al de residencia. Creen en el libre ejercicio de la prostitución, regulada como una profesión más.

Los liberales creen que la soberanía personal se ejerce sobre un ámbito, que es el de la propiedad. El derecho de propiedad es esencial. La persona nace con algunas propiedades: el proceso biológico que llamamos “vida”, el cuerpo y sus órganos y productos, la opción reproductiva, la mente y la capacidad de pensar e idear, la fuerza y la capacidad de transformar la materia. Con el paso del tiempo adquiere otras propiedades, como los conocimientos, la experiencia, la habilidad, la capacidad de trabajar y los objetos, títulos y derechos que obtiene por diferentes medios: a cambio de su trabajo intelectual o físico, por regalo, por azar, por su habilidad en la adquisición y enajenación de otras propiedades u otras formas de interacción con otros individuos, etcétera. La propiedad es indisociable de la condición soberana de la persona: es la faceta tangible del carácter humano y no meramente animal de la persona. Cuando se priva a una persona de su propiedad bienhabida se hace añicos su soberanía y se la reduce a la condición de esclava, porque sin propiedad casi no hay persona. Por lo tanto los liberales condenan la lógica de alta tributación y posterior redistribución, una lógica que infantiliza a las personas y crea un hiperestado orwelliano tan insidioso como incapaz.

Los liberales creen en una tributación muy reducida, limitada constitucionalmente, destinada al mantenimiento de un Estado mínimo que actúe como árbitro y garante, sin intervenir en la economía ni en la cultura ni en la sociedad. Creen justo que esa tributación sea proporcional y no progresiva. Creen que el endeudamiento del Estado también debe limitarse constitucionalmente. Creen que la glorificación del Estado del bienestar ha sido un gran error y que éste debe ser desmantelado paulatinamente y sustituido por instituciones de previsión, sanidad y educación emergidas libremente en la sociedad, ya sean con ánimo de lucro o no. Creen que la universalidad de la sanidad, la educación, la atención jurídica o la previsión de la vejez son conquistas irrenunciables, pero que están mejor gestionadas por entidades privadas que por el Estado. Es particularmente sangrante el expolio al que se somete a los ciudadanos en Europa, España incluida, a través de las cotizaciones a un sistema público de pensiones que sólo genera pobreza en la vejez. Las pensiones de miseria son una consecuencia directa del llamado sistema de “reparto”, el actual, que los liberales queremos sustituir por un sistema de capitalización individual privada, con un fondo de solidaridad que cotice por quienes no puedan hacerlo. Este mismo sistema es extrapolable a la previsión del desempleo, a la educación y a la sanidad.

Los liberales creen en Estados de tipo federal donde se asegure el pluralismo de las identidades etnoculturales, y prefieren una gran desconcentración de la gestión y de la recaudación, no una administración central fuerte e injerencista. Los liberales no creen que la monarquía hereditaria tenga sentido en el marco político de una sociedad libre.

Los liberales quieren una democracia profunda y permanente. Profunda porque no se dé un cheque en blanco a los políticos sino un mandato concreto, permanente porque los actuales medios tecnológicos permiten frecuentes consultas a la ciudadanía. Creen que un sistema electoral justo es matemáticamente proporcional a lo votado, sin las manipulaciones actuales vía Ley d’Hondt. Por supuesto quieren listas abiertas, voto por prioridades, escaños vacíos por los votos en blanco, etcétera. Al mismo tiempo, no creen que el Estado deba financiar con los impuestos ni a los partidos políticos ni a los sindicatos ni a las patronales ni a las confesiones religiosas ni a ninguna entidad privada, sino que es la sociedad quien libremente aportará a aquellas entidades que prefiera, siendo fiscalmente desgravables las aportaciones a cualquier entidad no lucrativa.

Los liberales son exigentes en la calidad de la democracia, pero al mismo tiempo advierten que ésta se prostituye cuando se sale de su papel. La democracia es el sistema ideal para la adopción de las decisiones colectivas, y no puede emplearse como excusa para invadir el ámbito de decisión privada de las personas.

Creen que una democracia auténtica requiere una administración de justicia realmente independiente. Se oponen al nombramiento de los órganos judiciales y de la Fiscalía por parte del poder ejecutivo o legislativo.

Los liberales creen firmemente en el mercado. El mercado no es otra cosa que la libre interacción de millones de personas. El mercado se prostituye y crea injusticias cuando los políticos intentan moldearlo a su capricho. El mercado más justo es el mercado más libre. El mercado existe desde la prehistoria, desde las sociedades humanas más simples. El mercado es la relación voluntaria de intercambio entre las personas, que al actuar en interés propio generan un beneficio tangencial para la comunidad.

Creen que el tiempo de cada persona le pertenece y puede administrarlo como desee. Por ello, entre otras cosas, creemos en la plena libertad de horarios comerciales. Si un comprador quiere comprarse una mesa un domingo a las cuatro de la madrugada y la tienda, sea grande o pequeña, quiere abrir, nadie tiene derecho a impedirlo.

Creen en la libre asociación, y por ello estan en contra de la adscripción obligatoria a colegios profesionales, sociedades de autores u otros organismos. El corporativismo merma seriamente la espontaneidad.

Aborrecen las costosas campañas de publicidad, pagadas con los impuestos, por medio de las cuales el Estado dice lo que hay que hacer o sentir. Son los ciudadanos los que tienen que decirle al Estado lo que tiene que hacer, y sobre todo lo que no tiene que hacer.Los liberales no creen en los medios de comunicación de titularidad pública, que suelen ser pozos sin fondo hiperdeficitarios y que sólo sirven a los intereses de comunicación del gobierno de turno.

Los liberales condenan la violencia, el uso de la fuerza para condicionar la acción de otros, ya sea el Estado o un particular quien la ejerza. Creen firmemente en los Derechos Humanos y civiles, y detestan toda forma de tortura o trato degradante, condenando la mayor abominación contra la principal propiedad privada, es decir, la pena de muerte.

Los liberales ses rien del neopatriotismo en cualquiera de sus manifestaciones y estan por la globalización y el mestizaje. Anteponen los Derechos Humanos y civiles al concepto de soberanía estatal, defendiendo el derecho de injerencia humanitaria y democrática.

En definitiva, creen en una sociedad de hombres y mujeres responsables de sí mismos (la responsabilidad es la otra cara de la moneda de la libertad). Una sociedad de seres adultos, soberanos, autogobernados, una sociedad de personas en la plena extensión de la palabra, es decir, una sociedad libre.

domingo, 12 de octubre de 2008

UNA TERCERA VÍA: EL DISTRIBUTISMO

El distributismo, también conocido como distribucionismo, es una tercera vía económica, entre el socialismo y el capitalismo, formulada por pensadores tales como G. K. Chesterton y Hilaire Belloc para aplicar los principios de justicia social articulados por la Iglesia católica, especialmente por el Papa León XIII en su encíclica Rerum Novarum.

De acuerdo con el distributismo, la propiedad privada sobre los medios de producción debería estar distribuída lo más ampliamente posible entre la población, en vez de estar centralizada bajo el control de unos pocos burócratas del gobierno (como en muchas formas de socialismo) o en una minoria que comanda los recursos (como en muchas formas de capitalismo). Un resumen sobre el distributismo se encuentra en una declaración de G. K. Chesterton: "Mucho capitalismo no quiere decir muchos capitalistas, sino muy pocos capitalistas".

Esencialmente, el distributismo se distingue por su promoción de la distribución de los bienes. Sostiene que, mientras que el socialismo no permite a las personas la propiedad de bienes de producción (todos están bajo el control del Estado, la comunidad, o de los trabajadores), y mientras que el capitalismo permite sólo a unos pocos la propiedad de estos, al contrario el distributismo trata de asegurar que la mayoría de las personas se convertirán en los propietarios de la propiedad productiva.

Como Hilaire Belloc dijo, el Estado de distribución (es decir, el Estado que ha aplicado el distributismo) contiene "una aglomeración de las familias de diversos niveles de riqueza, pero, con mucho, el mayor número de propietarios de los medios de producción." Esto hace más amplia distribución. No se extenderá a todos los bienes, sino sólo a los bienes productivos, los bienes que producen riqueza, es decir, las cosas que necesita el hombre para sobrevivir (la tierra, las herramientas...).

A menudo se ha descrito como una tercera vía de orden económico entre el socialismo y el capitalismo. Sin embargo, algunos lo han visto más como una aspiración, que ha sido realizada con algún éxito en el corto plazo por el compromiso con los principios de subsidiariedad y la solidaridad del cooperativismo (que se construye en estas cooperativas locales financieramente independientes, uniendo propiedad privada y mercado con trabajo colaborativo e igualdad de decisión).

La meta del distributismo es la propiedad familiar de tierra, talleres, tiendas, transportes, comercios, profesiones, y así más. Propiedad familiar es el medio de producción tan ampliamente distribuido como para ser la marca de la vida económica de la comunidad - este es el deseo de la distribución.

En este sistema, la mayoría de la gente podría ganarse una forma de vivir sin tener que depender del uso de la propiedad por otros. El ejemplo de gente ganándose la vida de esta manera serían los agricultores o granjeros que son propietarios de sus propias tierras y las maquinarias para explotarla. La idea es reconocer que semejante propiedad y equipo pueda ser de copropiedad de una comunidad local más grande que una familia, por ejemplo, socios en un negocio.

El distributismo no favorece un sistema político sobre otro, sea este la monarquía o la democracia, ni necesariamente apoya al anarquismo, aunque algunos distributistas, como Dorothy Day, eran anarquistas. El distributismo no apoya un orden político hacia el extremo individualismo o estatismo.

El distributismo no se afilia con ningún partido político. En Inglaterra hay algunos partidos políticos que exponen ideas distributistas.

El distributismo es conocido por haber tenido una gran influencia sobre el economista E. F. Schumacher, autor del libro "Lo pequeño es hermoso" sobre economía en red.


UN ANÁLISIS MARXISTA DEL DISTRIBUTISMO

(M.Alejandro Garcia Torres)

El materialismo considera que la realidad material, la realidad que vivimos juega un papel moldeando nuestra conciencia. Una persona no será igual si nace en una selva, en una llanura o en una ciudad. Si una persona nace en un pueblo mísero le será mucho más difícil cultivar ciertos valores, no por su culpa sino porque el medio material en el que le toca vivir se lo pone difícil a la hora de acceder a determinadas facilidades.

Las condiciones de vida modifican nuestros valores. El punto de vista materialista explica que la psicología de los individuos compartirá muchos más rasgos comunes cuanto más similares sean sus condiciones de vida. Esto no significa renunciar a la individualidad, de hecho el ser humano es tan complejo que la experiencia de un sólo hombre es irrepetible, por eso no hay dos personas iguales en el mundo. Se me dirá que en una misma clase se pueden encontrar individuos totalmente disímiles en sus valores y psicología, y esto es verdad; pero cuando consideramos a dos personas “diferentes” lo hacemos porque obviamos muchas similitudes que damos por descontadas y no resaltan. Dos personas que vivan en una urbe populosa podrán detestarse cordialmente y ser totalmente incompatibles, pero compartirán muchos rasgos psicológicos marcados por el hábito que no marca a sus respectivos primos que viven en un pueblito rural.

A su vez las condiciones materiales de existencia se ven fuertemente influidas por la forma como el hombre produce sus medios de vida. El hombre necesita producir para vivir, esa es la base de su supervivencia.

Nuestras ideas y valores respecto de lo que es deseable desde el punto de vista político y social están notablemente influidas por esto. Lógicamente una persona que se gana la vida vendiendo armas difícilmente se adscribirá activamente al pacifismo, el dueño de una multinacional difícilmente estará contento con ideas que impliquen desposeerlo de su fortuna. Quien tiene un trabajo quiere a toda costa conservarlo, quien no tiene trabajo quiere conseguirlo, quien factura un millón de dólares al año se angustia si factura medio, etc. La forma de producir medios de vida influirá mucho no sólo en la organización de la vida del individuo sino también en sus ideas, sus valores y su cosmovisión. No significa que no pueda eventualmente contradecirla, o que no haya excepciones; significa que nuestros intereses objetivos constantemente impulsan a nuestro pensamiento a adoptar determinadas posturas y a asumir determinados valores. Ser consciente de este condicionamiento es lo que permite eventualmente superarlo en búsqueda de algo que vaya más allá de nuestro interés personal inmediato.

Para Marx la posesión o no de medios de producción determina un interés objetivo muy fuerte. Los trabajadores se agrupan en sindicatos porque tienen intereses comunes que defender, y lo mismo ocurre con los capitalistas que se agrupan en cámaras empresarias. Pero existe una clase que comúnmente se llama “clase media” (pequeña burguesía para el marxismo) que está en una posición particular.

El pequeño burgués es mencionado muchas veces en forma peyorativa por algunos pensadores marxistas, pero el mejor marxismo analiza las clases sociales con mucha más amplitud de miras. La pequeña burguesía es esa clase social que o bien posee medios de producción en una escala tan reducida que no le permite explotar trabajo asalariado (el individuo sólo se explota a sí mismo) o bien ejerce una profesión, o es un asalariado de cierto nivel que le permite tener un capital de reserva suficiente como para reproducirse ante la pérdida de un salario, sea por medio del interés financiero, sea adquiriendo medios de producción.

La pequeña burguesía está sometida a tensiones contradictorias. Por un lado es explotada o aplastada por el gran capital, por el otro tiene ciertos privilegios respecto del proletariado o los marginales. La psicología del pequeño burgués es consecuente con esto: puede adoptar posturas revolucionarias, hostiles al gran capital; o puede adoptar posturas hostiles a todo cambio social a favor de los trabajadores. Y esto ocurre porque el pequeño burgués suele asumir ambos roles: el del de capitalista que explota un medio de producción y el de trabajador.

Pensemos en un agricultor: posee una parcela de tierra, pero debe trabajarla él mismo ya que no puede producir a escala suficiente como para explotar trabajo asalariado, o si cuenta con trabajo asalariado es de muy pocas personas. Los agricultores poseen un medio de producción, pero esto no los exime de trabajar como condición obligada a la percepción de alguna renta.

Otro ejemplo interesante es el profesional independiente. Esta persona se asemeja a un capitalista dueño de una empresa de trabajo temporal, sólo que tiene un solo empleado: él mismo, que se vende en el mercado como fuerza de trabajo. El profesional es él mismo su propia mercadería y juega el doble rol de capitalista y trabajador.

La ideología del pequeño burgués es mucho menos homogénea que la del proletariado o la burguesía, justamente por este doble rol que juega. Por un lado el pequeño burgués defiende la propiedad privada de los medios de producción, ya que posee uno (o un capital equivalente). Por otro lado comprende perfectamente los problemas de un trabajador, porque trabaja. Así el pequeño burgués puede adoptar posiciones revolucionarias por su hostilidad contra el sistema del gran capital que aplasta a su pequeño emprendimiento, o reaccionarias por miedo a que los intereses del proletariado desposeído expropien el medio de producción que es su único medio de vida y esperanza de ascenso social. Muchas veces adopta una mezcla de ambas de acuerdo a las circunstancias. A veces luchan contra los terratenientes a veces junto a ellos. La confusión ideológica y las declaraciones contradictorias de sus dirigentes son graciosas o trágicas de acuerdo a cómo se las mire, pero muy lógicas.

Una de las características de los sistemas políticos que nacieron al calor de ideas surgidas en la pequeña burguesía es su ahistoricidad o falta de carácter histórico.

Los sistemas políticos no son simplemente formas neutras de organización social. Si fueran sólo eso la política no causaría tantas muertes. Es fácil ver que la política implica enormes intereses, sólo que esos intereses tienden a identificarse con la mera corrupción de los representantes políticos, cuando lo cierto es que en la política se juegan intereses mucho más vastos, esto es: intereses de clase, de los cuales la corrupción de los políticos es apenas un apéndice.

Varios pensadores han ya ideado y propuesto sistemas políticos. Marx englobaba dentro de lo que llamaba “socialismo utópico” a numerosos sistemas sociales ideados por Saint-Simon, Fourier, etc. La crítica fundamental a estos sistemas es precisamente su falta de carácter histórico: estos pensadores simplemente se dedicaron a imaginar un sistema social “ideal” bajo el cual la humanidad podría vivir sin conflictos, creyendo que con esto el problema estaba solucionado.

Marx por el contrario entendió que no es posible encontrar un sistema político sin analizar primero cuáles son las fuerzas sociales – esto es: los intereses – que históricamente han dado lugar a los diferentes sistemas políticos. Piénsese lo que se quiera de Marx, pero es indudable que idear un sistema político justo es algo que no puede hacerse dejando de lado las fuerzas históricas reales que hoy actúan en la sociedad. Ignorarlas es condenar cualquier sistema que se pergeñe a permanecer en el limbo, la “utopía”, que quiere decir precisamente “ningún lugar”.

Es interesante analizar los sistemas propuestos por los socialistas utópicos. El falansterio de Fourier, por ejemplo, propone imágenes que suelen sonar a cuentos de ficción ingenuos y no muy logrados: cientos de hilanderas ejecutando un trabajo perfecto, niños que hacen todos felizmente lo mismo, un armonía ideal, etc. Este carácter irreal y ficticio está dado por la ausencia de conflictos humanos en el análisis, ausencia derivada justamente del carácter ahistórico de la idea.

El distributismo adolece de los mismos problemas. Si bien está formulado de manera algo más precisa y se trata de una idea mucho más moderna, no deja de presentar esa sensación de irrealidad utópica derivada no de un exceso de imaginación sino de la falta de análisis histórico.

Y la falta de análisis histórico no provoca sólo una “sensación” de irrealidad sino que plantea objeciones muy concretas que envían al distributismo al arcón de las ideologías utópicas. Sin embargo el distributismo es muy ilustrativo acerca de los intereses y el origen de clase de sus ideólogos.

El distributismo propone un sistema basado en la propiedad privada, pero ejerciendo una salvedad: propiedad privada sólo en pequeña escala… ¿No es ya muy visible su origen pequeño burgués? El sistema con el que soñaban Chesterton e Hillaire Belloc propone una especie de Arcadia en la que los medios de producción sólo existen a pequeña escala distribuidos en cada hogar. Las ventajas de este sistema aparentemente se dejan ver: la inexistencia de grandes corporaciones capitalistas que distorsionen el mercado, la existencia de un mercado de iguales en el cual nadie tiene un poder desproporcionado sobre otro, y por supuesto: la preservación de la propiedad privada a una escala autónoma.

Lo curioso de esta utopía de origen católico y reaccionario es que se parece mucho al socialismo utópico. Y creo que muy a su pesar. La diferencia entre propiedad colectiva y propiedad privada se ve aquí reducida notablemente por el principio de subsidiariedad, sobre el que volveremos más adelante.

Un pensador en el que se apoyan los ideólogos del distributismo para dar algún peso a este sistema es Ernst Friedrich Schumacher, economista germano-británico que no casualmente tituló unos de sus libros “Lo Pequeño es Hermoso”, aserto notablemente sentimental que abre un estudio acerca de las “tecnologías intermedias” intentando demostrar que la producción masiva y gigante del capitalismo moderno es ruinosa, que las tecnologías deberían circunscribirse a la producción necesaria a pequeña escala y con menor inversión de capital.

Para la gestión de industrias más pesadas Schumacher propone fábricas copropietarias, y otras soluciones que implican en realidad formas de propiedad colectiva. Analizando el distributismo es muy curioso observar lo mucho que se acerca al socialismo real y lo distorsionado de sus críticas al mismo. De hecho el distributismo intenta ser un socialismo que salve el último bastión del capitalismo: la propiedad privada.

Vamos entonces a hacer algunas preguntas al distributismo, preguntas que implican tomárselo con seriedad y considerarlo como una alternativa. Contestar estas preguntas de manera solvente es lo que diferencia a una idea que se propone seriamente constituirse en posibilidad política de una idea cuyo objeto es simplemente plantear una inevitable crítica al sistema capitalista sin proponerse jamás reemplazarlo, como yo creo que es el distributismo.

La primera pregunta es de carácter histórico: ¿cómo llegamos al distributismo a partir de la sociedad actual?

Mencionemos sólo al pasar algunas de las muchas objeciones de tipo técnico y logístico en las que uno podría enzarzarse con Schumacher. Este economista identifica “gran escala” como el problema crucial y el principio de subsidiariedad, esto es: que lo que puede hacerlo una entidad pequeña no lo haga una entidad grande, como la ansiada solución.

En realidad la producción a gran escala no es mala en sí misma. Cualquier experto en producción y logística puede explicar la enorme reducción de costos que implica la producción a escala masiva y el enorme bien que representa para la humanidad. La producción a gran escala permite la standarización de numerosas normas de calidad, piénsese en muchos bienes de producción compleja como computadoras, elementos de biotecnología, productos químico-farmacéuticos, extracción de petróleo y otros recursos naturales etc. que resultan imposibles de producir a pequeña escala con un costo razonable.

El problema no es la producción a gran escala en sí misma, el problema es la propiedad privada de esos medios de producción masiva. Pero claro: para el distributismo hablar de propiedad colectiva de un gran medio de producción es anatema ya que se trataría prácticamente de socialismo. Así que para preservar la arcadia pequeñoburguesa se propone un anacronismo económico como la producción obligada en pequeña escala.

Pero esto es apenas un problema menor, volvamos a la pregunta inicial: ¿cómo se llega a este esquema desde nuestra sociedad? No se ve otra forma que expropiar a los actuales grandes capitalistas. Esto sólo ya representa un obstáculo tal que desde el marxismo puede pronosticarse sin temor a errar que ni el más audaz y fervoroso distributista será capaz siquiera de proponerlo, que la iglesia sería la primera en desaprobar semejante locura, y por supuesto: que sólo los marxistas consecuentes acompañarían sin ningún problema una medida de este tipo.

Existe aún otro problema, suponiendo que este paso pudiera darse. Digamos que hemos convertido a todos los capitalistas a un fervoroso distributismo y que todos están dispuestos sin más a deshacerse de sus grandes medios de producción y a desprenderse de millones de dólares ante la mirada atónita de Ratzinger. Digamos que solucionamos el engorroso y costosísimo problema de desmontar todas las grandes industrias (no me quiero imaginar los costos) y redistribuirlas en multitud de pequeñas formaciones urbanas. Digamos que logramos todo esto, ahora bien: ¿Cómo evitamos la acumulación de capital?

El pequeño burgués adolece de una contradicción fundamental: por muchos conflictos que tenga con el capitalista el pequeño emprendedor siempre quiere convertirse en uno grande, para eso trabaja y a eso dedica todas las horas del día. Nadie como el pequeño burgués sueña con dejar de trabajar y permitir que alguien se ocupe del molesto problema del trabajo para tener más tiempo libre. Y cuidado: esto es una aspiración natural y legítima del ser humano: todos queremos tener más tiempo para nosotros y liberarnos de la embrutecedora necesidad de ganar el pan para dedicarnos a la creatividad y a la belleza. Lo malo es que el capitalismo sólo nos deja la salida de traspasar a otro la obligación de trabajar por mí a cambio de un salario.

Una vez establecidas estas pequeñas propiedades todo el mundo tendrá la legítima aspiración de acumular capital ¿cómo impedirlo y con qué argumentos? Las tendencias subyacentes en una sociedad de este tipo no cambiarían y exigirían resolución: ¿Cuál sería el límite fijado para la acumulación de capital? ¿Quién lo fijaría y con qué criterio? ¿Adónde iría el capital sobrante? ¿Al estado? ¿Qué clase de propiedad privada es aquella a la que no se le puede extraer libremente el máximo de sus posibilidades?

Sin contar con que muchas demandas sociales quedarían insatisfechas ya que estaríamos constreñidos a una sociedad en la cual el avance tecnológico estaría enormemente dificultado debido a la imposibilidad de hacer grandes inversiones de capital. No en vano los ideólogos del distributismo suelen ser personas con cierta fobia al avance técnico, al que identifican con el totalitarismo.

Aún más difícil de responder es la pregunta que vincula el primer paso con el último: ¿con qué argumento filosófico se puede expropiar a un capitalista si al final lo único que se hará será “redistribuir” la propiedad privada? Es muy sencillo ver que esto es un remedo de socialismo ya que exige una expropiación, un choque directo con los intereses capitalistas, pero cualquier capitalista tendría derecho a preguntar “¿Con qué autoridad se me expropia a mí, si al fin y al cabo la forma de propiedad es la misma?”

Pero ningún pequeño burgués está dispuesto realmente a esto por la sencilla razón de que no tiene sentido. Como se ha dicho: el pequeño burgués quiere convertirse en capitalista, quiere mejorar su nivel de vida y dedicarse a tareas más creativas que perseguir el sustento. Esto no es malo en sí mismo, sólo en la medida en que obliga a dejar caer sobre las espaldas de otro la carga que se lleva sobre la propia. La utopía distributista paga su falta de origen histórico con la falta de futuro histórico: como toda utopía se trata de una sociedad que sólo puede ser concebida congelada en una fotografía, no puede hablarse ni de cómo llegar a ella ni de cómo desarrollarla una vez conseguida.

El problema de la escala de producción es un falso problema, una cuestión artificial en la que los ideólogos del distributismo cayeron para salvar la pequeña propiedad privada y para no aceptar la propiedad colectiva.

El problema de los medios de producción no es el de su escala sino el de su control. El control de los grandes medios de producción puede ser plenamente democrático en tanto pertenezcan al estado y el estado esté sujeto a ese control democrático. Los medios de producción no son otra cosa que una herramienta social, su escala debe estar adecuada a los costos y necesidades humanas, no puede ser fijada por principio.

Con frecuencia se acusa al socialismo de otorgar al estado un papel aplastante, pero es una perspectiva falsa. El estado no es un ente independiente de las personas sino un instrumento de poder al servicio de determinados intereses. Identificar cuáles son esos intereses es la clave para entender el funcionamiento de cualquier estado.

El proletariado es aquella parte de la población que no posee otro medio de vida que la venta de su fuerza de trabajo. Esta clase social es el sujeto histórico llamado a tomar el poder y reformular la propiedad de los medios de producción con el objeto de ir progresivamente a una sociedad en la que la técnica permita al ser humano – a todos los seres humanos – liberarse de la persecución angustiante del sustento, una sociedad donde la propiedad colectiva de los medios de producción unida al impresionante avance tecnológico heredado del capitalismo permita el máximo de tiempo libre y el mínimo de trabajo alienado o forzoso.

Adivino que muchos lectores llegarán hasta aquí y dirán que esto es exactamente una utopía, pero está muy lejos de serlo: los recursos del planeta son más que suficientes para dar alimento a toda la población, y el avance tecnológico permite una utilización y reproducción óptima y racional de esos recursos. La razón por la que estamos destruyendo el medio ambiente y despilfarrando recursos de manera oprobiosa mientras masas enteras se mueren de hambre es simplemente la altísima concentración de enormes cantidades de capital cada vez en menos manos, concentración que sigue la dinámica del capitalismo en una degeneración cada vez más acusada.

En una sociedad socialista – explica Leon Trotsky – “el dinero deja de elevar al cielo o hundir en el infierno” para transformarse en lo que nunca debió dejar de ser: un simple medio de contabilidad. Lógicamente en una sociedad socialista nadie está exento de trabajar, pero trabajar no para hacer la acumulación de nadie, ni para acumular – cosa innecesaria en una sociedad en la que la existencia está garantizada en buenas condiciones – sino para desarrollar el propio potencial.

Toda actividad humana crea valor; si imaginamos el mundo como una enorme empresa que crea bienes a partir del trabajo, a medida que el socialismo avanza el ingreso que percibe un trabajador es cada vez menos salario y más dividendos fruto del valor agregado que otorga el trabajo humano en esa gran empresa que es el mundo. Se borrarían progresivamente las fronteras entre vida y trabajo y ciertamente gracias al avance técnico se trabajaría cada vez menos.

En la medida en que desaparecen las clases el estado tendería a dejar de existir, muchas funciones se borrarían y persistirían quizás algunas elementales instancias de administración colectiva, pero el interés de clase es lo único que sostiene la maquinaria del estado. Como decía Marx: con el comunismo empieza la verdadera historia del hombre.

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PERO LA HISTORIA NOS ESTÁ DEMOSTRANDO QUE NI EL COMUNISMO NI EL CAPITALISMO SON LA SOLUCIÓN, POR LO QUE FORZOSAMENTE HABRÁ QUE INVESTIGAR TERCERAS VÍAS.

viernes, 10 de octubre de 2008

LA CRISIS, LA CODICIA, LA DESCONFIANZA, LA INCERTIDUMBRE


La actual crisis financiera es mayor que la Gran Depresión de 1929. Ambas tienen algunos rasgos comunes: se inician en EE.UU, el hundimiento de las bolsas mundiales, el efecto dominó, el pánico. Pero a diferencia de aquella, que se centró en EE.UU., Europa y Japón, ésta es una crisis a escala mundial provocada por la codicia exacerbada y agravada por la enorme desconfianza que existe entre las distintas entidades financieras. Entidades que han basado siempre su negocio en el sistema fiduciario. La banca siempre se ha basado en la confianza que el resto de ciudadanos ha depositado en esa institución. En la confianza de que el dinero representaba lo que dice representar. Hoy ni siquiera los bancos se fian de los demás bancos. Ni los bancos se fían de los clientes. Ni los impositores se fían de los bancos. Ni nadie está seguro de que el dinero, los billetes valgan lo que sus números expresan. Por eso han tenido que salir los Estados a garantizar el sistema, a inyectar liquidez al sistema, a nacionalizar la banca.

El sistema comunista cayó con el muro de Berlín y el rasgo fundamental de la caída fue que se privatizó todo lo que hasta ese momento estaba socializado. El sistema capitalista se tambalea con esta crisis y la reacción general es socializar el capital. Nacionalizar los bancos. Inyectar millones de liquidez en la economía.

La crisis de 1929 quizá fue la primera y desde entonces ha habido varias, la del petróleo en el 77, la asiática del 97 y ahora ésta que se hizo patente en el 2007. Afortunadamente hoy contamos con la experiencia de las crisis anteriores y conocemos los errores que se cometieron, por lo que es posible que hoy se puedan evitar.

Ni esta crisis es igual a la de 1929 ni es igual el mundo actual al de hace un siglo: hoy vivimos en un mundo mucho más rico donde los Estados y las instituciones tienen muchos mas recursos para intervenir. Tampoco existen los rencores sociales que había entonces. Hoy, con la excepción de Rusia, los países importantes se comportan con mucha más prudencia.

La crisis de 1929 concluyó en 1945 con la emergencia de los EE.UU. como gran potencia mundial. Hoy vivimos una crisis inversa, una crisis que anuncia el fin de la preeminencia de los EE.UU. El fin de un imperio que agoniza por las mismas causas que lo han hecho los imperios precedentes: el consumo desmesurado, el endeudamiento excesivo, el gasto corriente, el gasto bélico, el derroche, la avaricia y la codicia. Hoy EE.UU. es como un gigante que se tambalea, y caerá estrepitosamente si no encuentra la forma de administrar la decadencia. Si no pone orden en las finanzas nacionales, si no corrige el fabuloso endeudamiento norteamericano, si no renegocia la gigantesca deuda con sus acreedores. También deberá replantear su política en Europa y Oriente Medio, dónde es necesario establecer un sistema de seguridad desde Siria a Pakistán. Un sistema que EE.UU. ya no puede sostener por si sólo.

Rusia, la que fuera durante medio siglo la segunda potencia mundial, puede considerarse hoy como un país emergente con un comportamiento colonial similar al de los grandes imperios del siglo XIX. Sin embargo Rusia es una falsa gran potencia. Su ejército, su industria, su economía, su demografía, su sanidad, su incapacidad para comprender la realidad actual, son factores que le impiden ir mucho más allá en su comportamiento de imperio colonial. Y esta actitud que genera guerras locales y movimientos terroristas, le acabará costando caro a Moscú.

Habrá que esperar a ver que hacen países como China e India. China hoy es la segunda potencia económica mundial y terminará actuando e interviniendo en esta crisis y en su resultado. Pero por ahora ni China ni India pueden aspirar a sustituir a los EE.UU., mas bien parece que estamos entrando en una larga fase de transición geopolítica mundial. Los EE.UU. son un imperio en decadencia, un coloso a punto de caer por los suelos, pero no tienen un sucesor de su estatura en la escena internacional. Quizá en el futuro se organice un concierto mundial de grandes países, pero lo difícil es que esos grandes países lleguen a entenderse.

En cuanto a Europa, por primera vez en la historia, ya no controla ni puede asegurar ella sola su propia seguridad, es más, su prosperidad está amenazada por su incapacidad de controlar los abastecimientos energéticos. Este es uno de los puntos más vulnerables de la UE: depende energéticamente de Rusia, de Oriente Medio, del Magreb. Por otro lado, en el aspecto económico y comercial, el desafío actual no sólo de la UE sino de todo Occidente es la competencia económica mundial.

A nivel político el mas grave problema de Europa son los nacionalismos que pueden precipitar nuevas crisis e incluso pueden llegar a destruir la propia UE. El antiguo concepto del derecho de todos los pueblos a la libre determinación crea un gigantesco follón en la escena internacional. Ya que es una fuente de fragmentación permanente y sin límites. El problema de los nacionalismos puede ser un factor de destrucción de la Unión Europea, ya que acelera los enfrentamientos entre tres tipos de legitimidades. La legitimidad tradicional de los Estados, la legitimidad de las instituciones y la legitimidad de las nacionalidades. El choque entre estos tres tipos de legitimidades puede provocar la destrucción de la UE, tal como la conocemos ahora.

La actual crisis financiera mundial es la consecuencia última de los errores e irresponsabilidad de los Estados, los gobernantes y los bancos centrales, todos ellos imbuidos de una “filantropía” y una “generosidad” irresponsable, máxime cuando todos ellos manejan dinero público o dinero ajeno.

La crisis actual no es consecuencia directa de los fallos del mercado, sino que nos encontramos ante problemas provocados por el propio Estado. En EE.UU tanto el gobierno Clinton como luego el de Bush han desarrollado una política encaminada a promover la construcción de viviendas para personas con salarios bajos. Como estas personas no tienen la capacidad para comprar una vivienda se inventó un mecanismo para que esta gente con bajo poder adquisitivo pudiera soportar la carga de las hipotecas, así es como nacieron Freddie Mac y Fannie Mae. Se trataba de dar hipotecas a tipos de interés bajos y al mismo tiempo asegurar estos créditos a los bancos. Por otro lado la Reserva Federal (bajo la presidencia de Greenspan) ha llevado una política monetaria excesivamente expansiva, con una bajada brutal de los tipos de interés de referencia, lo que ha provocado dos cosas: por un lado se ha inyectado el mercado con más liquidez de la que se necesita para financiar una producción normal y por otro lado al ser los tipos de interés tan bajos el comprador de una vivienda pensaba que esto no le iba a costar mucho, y como además había inflación, el interés real podía llegar a ser nulo o negativo.

Lo mismo ha sucedido en España con la especulación que se ha desarrollado en la construcción y la vivienda. El error fue dar incentivos equivocados tanto a los que dan créditos (los bancos), como a los que lo toman, (los compradores de vivienda). Al subir los tipos de interés se encarecieron las deudas de millones de personas.

La actual crisis es más parecida a la crisis asiática de 1997 que a la Gran Depresión de 1929. La crisis asiática de 1997 también empezó en el sector de la construcción, también se dieron incentivos perversos a los compradores de viviendas y a los bancos en el momento de dar créditos. Igual que ahora había demasiadas garantías por parte del Estado a los bancos para cubrir riesgos. Lo que ocurrió en la gran depresión no está ocurriendo ahora, por ejemplo, un desplome total de todos los precios, un aumento en millones de desempleados, un retroceso en términos absolutos de la producción, todo eso no lo estamos viendo. Salvo en España, donde el crecimiento se había basado casi exclusivamente en la construcción y ahora el paro está creciendo de forma desorbitada.

En el resto de países occidentales las economías están resistiendo mejor a las turbulencias financieras. Sigue habiendo producción y crecimiento, no tan de prisa como antes pero se sigue creciendo. Hay comercio internacional en bienes y servicios sin apenes retrocesos. Y aunque sube un poco el paro por razones cíclicas, se mantiene el empleo.

Nadie sabe cual será la magnitud de la crisis ni cuanto tiempo va a durar. Lo que si parece claro es que el futuro tras la crisis puede que ya no sea igual. Vivimos una época de incertidumbre, pero la incertidumbre siempre es fecunda, lo estéril son los dogmas.

jueves, 9 de octubre de 2008

LA SERIEDAD DEL HUMOR


La seriedad del humor

JORGE EDWARDS 30/09/2008

La virtud central del capitalismo clásico era el trabajo. Marx partió de ahí, de esa noción burguesa esencial, para elaborar sus ideas sobre el materialismo dialéctico y el socialismo. El capitalismo moderno estaba relacionado con la revolución protestante, con el calvinismo, con una ética del rigor, del esfuerzo. Hay que leer a los clásicos, desde Adam Smith hasta Max Weber. Y entender a Carlos Marx y a Federico Engels. Pero tengo la impresión de que los teóricos de la economía actual se olvidaron de los autores fundamentales, de los maestros, de los grandes precursores. El valor del trabajo se degradó y se convirtió en el de la especulación, de las burbujas financieras, de la riqueza fácil. He leído y recordado en estos días algunas páginas de humor sobre la crisis de 1929, además de algunas anécdotas reveladoras. Groucho Marx, que no pertenece a la misma familia que Carlos Marx, describe en sus memorias una época en que las acciones de Wall Street, todos los valores bursátiles, subían todos los días. Todo el mundo quería comprar en la Bolsa, y él mismo Groucho fue contagiado por la fiebre especulativa. Cerraba los ojos, ponía un dedo en algún lugar de la lista, compraba la acción respectiva y ganaba. Todos ganaban y compraban como locos. Groucho no sabía, hasta ese momento, que se podía vivir en el lujo, en la opulencia, en la extravagancia, sin trabajar, pero había comenzado a saberlo. Hasta que un día cualquiera, un inversionista cualquiera, un poco preocupado, dominado por un soplo vago de incertidumbre, hizo cálculos y resolvió vender. Otra persona se contagió con su pesimismo, o al menos con su vacilación, con su incertidumbre, y también puso sus acciones en venta. Hasta que la Bolsa de Wall Street, un buen día, o un día negro, para decirlo de un modo más preciso, se derrumbó en forma estrepitosa.

Los gurús y magos de las finanzas se reían de los viejos valores, pero ellos han caído cual saco de papas

Washington llega tarde, con voz alterada y manotazos de ahogado

Los economistas nos hablan en difícil, pero Groucho Marx es tanto o más certero que ellos. Porque Groucho nos habla de la crisis desde adentro, como persona que participaba en el delirio colectivo y que de repente, de un día para otro, perdió hasta la camisa. Hemos vivido rodeados de gurús, de magos de las finanzas, de poseedores de ciencias infusas, de ricos repentinos y que se han reído de los valores tradicionales, y de pronto se han caído al suelo como sacos de papas o de patatas. Me parece que la explicación de un humorista, aunque no tenga terminachos, aunque huya de la jerga técnica, es mejor que muchas otras. Una vez, hace ya largos años, di una conferencia en algún recinto madrileño o de las Islas Canarias, ya no me acuerdo con exactitud, y conseguí que la audiencia se riera a carcajadas. Al final de la charla se me acercó el escritor y ensayista Juan Marichal, marido de Soledad, Solita, Salinas, hija del gran poeta Pedro Salinas, y me dijo las siguientes palabras textuales: "Es que la gente no se ha dado cuenta de que el humor es una cosa muy seria".

Leí hace poco una anécdota de Kennedy el mayor, el padre de los hermanos Kennedy. En vísperas de la crisis, Kennedy el mayor poseía una cantidad importante de acciones de Wall Street. Una mañana se dirigió a los recintos de la Bolsa y se detuvo en una esquina, en la mitad de su camino, para lustrarse los zapatos. El lustrabotas, mientras le pasaba cera y le sacaba lustre, le hacía comentarios sobre sus propias compras en la Bolsa y sobre las alzas que habían obtenido los títulos suyos. Kennedy el mayor, con sus zapatos relucientes, se dirigió de inmediato a la oficina de sus corredores y les ordenó que vendieran todo. Si hasta los lustrabotas compraban acciones, algo estaba podrido en el Reino de Dinamarca. Vendió todo, y esa decisión de vender a tiempo fue uno de los pilares más sólidos de su futura fortuna. Pero el problema, claro está, consiste en vender a tiempo, y en comprar a tiempo. Parece fácil, pero no lo es tanto. El capitalismo especulativo es uno de los grandes vicios del mundo moderno (para citar al poeta Nicanor Parra). Y el otro, el de los calvinistas, el de los artesanos hugonotes, el de los banqueros de la Comedia Humana de Honorato de Balzac, pertenece a un pasado remoto, anacrónico, desaparecido.

Lula, el presidente brasileño, nos habló en la Asamblea General de las Naciones Unidas de fiebre especulativa, y Michelle Bachelet, en tonos acusatorios, recurrió a los conceptos de codicia y desidia. Fueron nociones éticas, severas, esgrimidas en la mayor tribuna internacional. Pero el problema de gobernar consiste en conocer la naturaleza humana y actuar para controlarla, encauzarla, llevarla por caminos decentes, de solidaridad, de justicia, de progreso auténtico. Porque si usted coloca a un gato en una carnicería, no puede pedirle que se abstenga de comer la carne. Es necesario, en consecuencia, conocer la naturaleza de los seres humanos, y la naturaleza de los gatos. En mis años de formación, el héroe de la economía moderna, a lo largo y lo ancho del mundo capitalista, era John Maynard Keynes. Parecía que Keynes había sacado al capitalismo de su etapa salvaje, descontrolada, primitiva, y lo había canalizado, moderado, humanizado. En resumidas cuentas, si la crisis derivaba de un estado anterior de libertinaje, los keynesianos aplicaban medidas para salvar en definitiva, en sus componentes básicos, el sistema. Era otra versión de lo que proponía el Príncipe de Salina en El Gatopardo: cambiar para que todo siga igual. Es lo que sostiene ahora el Gobierno de Washington, pero lo sostiene tarde, con voz alterada y sofocada, con manotazos de ahogado. No hacer nada, dice, es lo peor y lo más peligroso que podemos hacer. Y lo dice mientras hace esfuerzos desesperados para tapar los hoyos, los feroces agujeros financieros, inmobiliarios, hipotecarios, con el dinero de los contribuyentes.

Lo que ocurre es que lo más abstracto del mundo, lo más enigmático del mundo, son las altas finanzas. Se barajan cifras en un tablero electrónico, se hacen fortunas y se deshacen en cuestión de horas, pero, ¿dónde están los respaldos, el oro, el dinero efectivo? Muchas veces, casi siempre, no están en ninguna parte. En la Comedia Humana, para volver a Balzac, hay dos especies de personajes: los avaros, los que atesoran riquezas lenta y trabajosamente, los Primos Pons, que guardan una fortuna en muebles, en cristalerías y porcelanas, en cuadros, en luises de oro, debajo de los colchones, en espacios de pocos metros cuadrados, y los barones del primer imperio, los Nuncingen, que especulan y manejan valores puramente abstractos, y que anuncian algunos de los rasgos del capitalismo de este siglo XXI. Algunos comentan, con visible entusiasmo, con acentos triunfalistas, que los fanáticos del neoliberalismo quedaron en evidencia. Quizá sea verdad. Pero tiendo a ver las cosas de otro modo. Toda la economía, en casi todas partes, en Occidente, pero también en China, en Rusia, en la India, había entrado en una forma de delirio, en una fiebre que iba en aumento y que nos contagiaba a todos. Y de repente, por la fuerza de los hechos, por obra de las circunstancias, hemos despertado y nos hemos tenido que restregar los ojos. ¡Adiós, sombras fugaces!, hemos exclamado, como los personajes del drama clásico. Despertamos, aterrizamos en la realidad, y la fuerza, el drama de la experiencia viva y reciente, nos marea y nos perturba. En Chile, dice alguien, estamos más preparados que antes, que en 1982 y en 1929, para resistir la crisis. Más preparados hasta cierto punto, y siempre que las cosas no lleguen a mayores. Pero lo más probable es que no se salve nadie, y que no consigamos, tampoco, al final del tormentoso recorrido, aprender nada.

Jorge Edwards es escritor chileno.

martes, 7 de octubre de 2008

LA CHINA É VICINA

El expansionismo de ChinaParece que estamos asistiendo a un relevo en la cabecera de la carrera. Estados Unidos y en general Occidente, Europa incluida, están siendo adelantadas por países emergentes. Ya sucedió en el vino con Australia, Chile, Argentina, Sudáfrica. Ahora está sucediendo a nivel económico. India, el Sudeste Asiático, Brasil, Rusia, que se había quedado rezagada, y sobre todo China, están adelantando posiciones y es muy probable que, en no muchos años, China se ponga a la cabeza. Hoy ya es la segunda potencia económica mundial.


Han desequilibrado los mercados del petróleo y del acero, de los cereales, del dinero. Ahora están expandiéndose, compran enormes fincas para ponerlas en cultivo de cereales fundamentalmente en Argentina, en Sudamérica, en Africa.


En Africa además no paran de hacer inversiones: carreteras, bienes de equipo, pantanos, mineria. ¿Es una nueva forma de colonialismo? Ellos se cobran con los enormes recursos naturales que extraen del continente: maderas, petróleo, minerales...

Países como Angola están encantados con los chinos que les están haciendo tener un crecimiento de más del 20% anual.
Presa de Las Gargantas, una presa China.

lunes, 6 de octubre de 2008

NUNCA SE DIJO QUE EL CAPITALISMO FUERA HERMOSO. ES EFICAZ...

Hoy el capitalismo agoniza, como un gran animal de hierro en la playa.

"...nunca se dijo que el capitalismo fuera hermoso. Es eficaz, tan eficaz como un revólver o el filo de un bisturí. Depende de cómo y para qué se usen. Es un sistema derivado de la propiedad privada y la economía de mercado, pero que asume modalidades diferentes y procedimientos muy variados. Hace ya unos cuantos años, cuando caído el muro de Berlín la señora Thatcher y el presidente Reagan ensayaban su revolución liberal (o neoliberal, o conservadora, o neoconservadora), Michel Albert, antiguo comisario general del plan francés y presidente de una gran compañía de seguros, escribió un excelente libro, Capitalismo contra Capitalismo, en el que oponía dos concepciones del mismo sistema: el modelo "neoamericano", fundado en el éxito individual, las expansiones rápidas y el provecho financiero a corto término, por oposición a lo que llamaba el "modelo renano", practicado en Alemania, Suiza y de algún modo en Japón, menos seductor, más calmo y volcado hacia el éxito colectivo. El primero tenía -y tiene- la Bolsa como escenario, donde las empresas son financiadas por miles de inversores que ni idea tienen de cómo están manejadas, mientras el otro descansaba -y descansa- en la banca comercial, siempre desconfiada, siempre pidiendo garantías, recelosa de los crecimientos rápidos."

"Es evidente que hoy estamos ante una crisis de esa primera modalidad, que por cierto no caerá, pero que llevará la báscula hacia el otro lado: regulación del Estado, desconfianza a la especulación febril, búsqueda de seguridades más que de ganancias."

"El hecho es que nuestros países, que miran y contemplan, comenzarán -inevitablemente- a sufrir un proceso de ajuste. La fiesta terminó. La soja, princesa de la agricultura en la última década, ha perdido un 30% en un mes, a la hora de escribir estas líneas, y nadie sabe bien en qué terminará. Lo mismo viene ocurriendo con los demás alimentos, notoriamente con el petróleo y presumiblemente con las materias primas en general. La exportación de esos productos fue lo que generó aumento de actividad y grandes recaudaciones fiscales. Ha de pensarse que esas grandes recaudaciones disminuirán -y aunque no se caigan a los niveles anteriores- y en la mayoría de nuestros países se enfrentarán a presupuestos públicos notoriamente acrecidos. Nunca ha habido tantas reservas, es verdad, pero bien sabemos que si se empiezan a disminuir por la aparición de déficit, llevan a la temible corrida hacia abajo."

"De todo lo cual resulta que, sin ser agoreros, no hay duda de que el ciclo ha cambiado. Algunos han despilfarrado los buenos años, como Venezuela, compradora de armas y empresas extranjeras, otros los han aprovechado, como Brasil o Perú, receptores de fuertes inversiones. Pero unos y otros tendrán que mirar esto con mucha prudencia. Y no soñar con que estamos "blindados". Porque en este mundo globalizado, por suerte o por desgracia, nadie deja de degustar algún bocado cuando viene el festín pero nadie está inmunizado para las epidemias."

Julio María Sanguinetti, ex presidente de Uruguay.

UNA VIÑA DEVASTADA POR LOS JABALÍES

Dice el Papa Benedicto XIII que Diós ha sido expulsado de la vida pública y que eso ha convertido a la Iglesia en Europa en una viña devastada por los jabalíes, una viña que produce mas vinagre que vino.


La imagen de la viña devastada por los jabalíes es bella, pero es mas terrible el daño que puede hacer en una viña un insecto minúsculo como la araña roja.


Mas devastadora, mas silenciosa, mas irreparable.



Se puede consolar el Papa pensando que la viña ha durado 2.000 años y que ninguna viña es eterna, por eso todo buén viticultor va renovando las parcelas, arranca las cepas más viejas, deja descansar la tierra, planta nuevas vides en nuevas parcelas...

No es la primera vez que este Papa pone ejemplos de viñas, el primer día de su papado dijo que el sólo era un trabajador en la viña, pero parece que la viña de la Iglesia necesita una reestructuración.

PAISAJE DE OTOÑO


Francis Bacon, Van Gogh.

No tiene nada que ver con la pintura, pero cada día estoy más convencido que la codicia ha roto el saco.
Y también que hoy España es un Oligopolio Cleptocrático.

domingo, 5 de octubre de 2008

LA CAIDA DEL MURO CAPITALISTA

Arriba el muro de Berlin, abajo frontera Mexico-Usa, Tijuana.


Estoy convencido que la actual crisis financiera es, para el sistema capitalista, similar a la caida del muro de Berlín. Durante todo el pasado siglo dos sistemas socioeconómicos han estado enfrentados: el socialista y el capitalista. Ninguno de los dos, en estado puro, es viable. Lo que está por ver es si un sistema híbrido podría funcionar.

Desde un punto de vista estrictamente capitalista-liberal Estados Unidos debería haber dejado que los mercados se hundieran porque el mercado, a largo plazo, se puede recuperar. Sin embargo se ha optado por romper los principios fundamentales del sistema de mercado interviniendo directamente en la economía. Esto supone una contradicción ética que hará difícil la propia continuidad del sistema.

América ha construido su imperio convenciendo a los demás países de las bondades del capitalismo. Pero cuando el capitalismo no se cree el mismo su propio sistema es que está acabado.

Ahora, como ocurriera en la antigua URSS con las mafias y el desmembramiento del imperio soviético, aflorarán en Europa y USA grandes movimientos antisistema.

Si el "plan de rescate" pretende pagar todas las hipotecas que están actualmente en mora, deberá también pagar toda la morosidad que se produzca en el futuro.

El plan Bush parece un poco descabellado. Quizá a Europa le pudiera venir bien esta salvación in extremis, pero no se entiende que la codicia de las instituciones financieras acabe pagándola el ciudadano de a pie.

Parece más sensato que el mercado aplique sus propias leyes, que se les permita quebrar a las instituciones financieras, y que posteriormente el mercado, por si sólo, pueda volver a encontrar un nuevo equilibrio.

La quiebra de las instituciones financieras provocará, sin duda, una recesión, pero inyectar más crédito a un mercado con exceso de crédito solamente conseguirá empeorar la inevitable caída económica.

Este plan de rescate no rescata nada, porque después de las transferencias de dinero el mercado inmobiliario seguirá hundiéndose igual, las casas bajando de precio igual, el paro aumentando igual y los propietarios entregando las llaves y largándose igual.

Si hoy han cifrado el rescate en 700.000 millones de dólares, ya pueden ir preparando otros 700.000 para cuando se haya acumulado más morosidad (que se acumulará).

También resulta difícil creer que esos bancos, por mucho que les ayuden, puedan seguir funcionando como si no hubiera pasado nada, porque lo que se ha roto es LA CONFIANZA y, de momento y para unos cuantos años, los tiempos de vino y rosas no van a volver.

¿Cuándo y cómo van a devolver los bancos todo el dinero que les han inyectado? Parece materialmente imposible que puedan hacerlo. Estas deudas no son como las de un particular o una pequeña empresa. Son deudas políticas que nunca se cobran.

Otra solución clásica para salir de las crisis económicas es meterse en guerras, pero tras lo de Irak parece que no está el horno para esos bollos.

La caida de la Unión Soviética se produjo de manera silenciosa. Tenían un ejercito y unos arsenales llenos de bombas nucleares, pero también acababan de salir de la guerra de Afganistán y se tragaron su marrón sin dar mucho por culo al resto del mundo.

Si Bush y los halcones/buitres que lo rodean creen que solucionarán sus problemas económicos a bombazos, es muy posible que la caía del imperio USA se precipite y acaben, antes de lo que pensamos, derrotados y machacados del todo y les cueste recuperarse más de lo que le ha costado a Rusia.

De todas formas parece que estamos asistiendo al final de una época dominada por Occidente y los Estados Uniods y que en un futuro no muy lejano el dominio económico se desplazará hacia el este (China, India, la propia Rusia).