martes, 6 de mayo de 2008

BEATUS ILLE

'Beatus ille qui procul negotiis,
ut prisca gens mortalium, paterna rura bubus exercet suis
solutus omni faenore. Neque excitatur classico miles truci
neque horret iratum mare forumque vitat et superba civium
potentiorum limina. Ergo aut adulta vitium propagine
altas maritat populos aut in reducta valle mugientium
prospectat errantis greges inutilisque falce ramos amputans
feliciores inserit aut pressa puris mella condit amphoris
aut tondet infirmas ovis. Vel cum decorum mitibus pomis caput
Autumnus agris extulit, ut gaudet insitiva decerpens pira
certantem et uvam purpurae, qua muneretur te, Priape, et te, pater
Silvane, tutor finium. Libet iacere modo sub antiqua ilice,
modo in tenaci gramine: labuntur altis interim ripis aquae,
queruntur in Silvis aves frondesque lymphis obstrepunt manantibus,
somnos quod invitet levis. At cum tonantis annus hibernus Iovis
imbris nivisque conparat, aut trudit acris hinc et hinc multa cane
apros in obstantis plagas aut amite levi rara tendit retia
turdis edacibus dolos pavidumque leporem et advenam laqueo gruem
iucunda captat praemia. Quis non malarum quas amor curas habet
haec inter obliviscitur? Quodsi pudica mulier in partem iuvet
domum atque dulcis liberos, Sabina qualis aut perusta Solibus
pernicis uxor Apuli, sacrum vetustis exstruat lignis focum
lassi Sub adventum viri claudensque textis cratibus laetum pecus
distenta siccet ubera et horna dulci vina promens dolio
dapes inemptas adparet: non me Lucrina iuverint conchylia
magisve rhombus aut scari, siquos Eois intonata fluctibus
hiems ad hoc vertat mare, non Afra avis descendat in ventrem meum,
non attagen Ionicus iucundior quam lecta de pinguissimis
oliva ramis arborum aut herba lapathi prata amantis et gravi
malvae salubres corpori vel agna festis caesa Terminalibus
vel haedus ereptus lupo. Has inter epulas ut iuvat pastas ovis
videre properantis domum, videre fessos vomerem inversum boves
collo trahentis languido positosque vernas, ditis examen domus,
circum renidentis Laris.' haec ubi locutus faenerator Alfius,
iam iam futurus rusticus, omnem redegit idibus pecuniam,
quaerit kalendis ponere.
(Horacio: Épodos, II)


Dichoso aquél que lejos de los negocios,
como la antigua raza de los hombres,
dedica su tiempo a trabajar los campos paternos con los bueyes,
libre de toda deuda, y no se despierta como los soldados con el amenazador toque de diana,
ni tiene miedo a los ataques del mar,
que evita el foro y los soberbios palacios de los ciudadanos poderosos.

Así, se dedica a atar a los altos chopos los crecidos sarmientos de las vides,
o recorre con la vista el recoleto valle donde pastan las toradas;
al mismo tiempo que, podando con la hoz las ramas estériles, hace más fuertes las buenas; también emplea su tiempo en llenar las ánforas con la miel exprimida,
o esquila las libianas ovejas;
además, cuando el Otoño asoma en los campos su cabeza adornada con las suaves frutas,
cómo se le llena el corazón de alegría al recolectar las peras injertadas,
y las uvas rojas como púrpura,
con las que se hacen presentes a ti, Príapo, y a ti padre Silvano, protector de los límites.

Es agradable estar tumbado al pie del viejo sauce,
o sobre la firme hierba, mientras las aguas se deslizan entre altas orillas,
y las aves lanzan sus trinos en los bosques,
y las fuentes, con sus aguas claras de los manantiales murmuran e invitan a suaves sueños.

Pero cuando el invierno de Júpiter Tonante trae consigo lluvias y nieves,
o empuja de aquí y de allí a los jabalíes con ayuda de muchos perros para que caigan en las trampas que los rodean,
o tiende las redes inperceptibles en los delgados palos,
engaño y trampa para los voraces tordos,
y con el lazo atrapa los hermosos trofeos del temeroso conejo y de la grulla migradora.

¿Quién, que tenga mal de amores, entre estos placeres no se olvida de todos ellos?

Porque si tiene una casta esposa que lleve todo lo relacionado con la casa y los tiernos hijos, que cual mujer Sabina,
o aquella esposa del infatigable Apulio,
quemada por el sol apareje el sagrado fuego con las maderas resecas
esperando el regreso de su marido cansado
y encerrando el ganado en el cercado, ordeñe sus repletas ubres,
y sacando de la cuba el vino del año, prepare las comidas caseras,
no me agradarían más las ostras de Lucrina,
o el rodaballo o el escaro,
si es que la tormenta impulsada por las olas del oriente empuja a alguno de ellos hasta este mar;
no descenderían a mi vientre las pintadas aves de África,
ni el francolí de Jonia con más alegría que las olivas elegidas de las mejores ramas de los árboles,
o la acedera que crece por los prados,
y las malvas que sirven de remedio a los cuerpos pesados,
o una cordera sacrificada en las fiestas Terminales,
o un cabrito librado del lobo.

Entre todos estos banquetes,
cómo agrada ver las ovejas que después de pastar se dirigen a casa,
a los bueyes cansados que llevan sobre el lánguido cuello el arado boca abajo,
y a los esclavos de la familia, cada uno en su sitio,
muchedumbre de una rica casa, alrededor de los resplandecientes Lares”.

Cuando el usurero Alfio terminó de hablar,
tan decidido a volverse campesino,
ha dejado su dinero para que venza el interés el día de los Idus,
y busca ponerlo para las Kalendas.


ODA A LA VIDA RETIRADA

Fray Luis de León

¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!

Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado.

No cura si la fama
canta con voz, su nombre, pregonera
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado,
si en busca de este viento
ando desalentado
con ansias vivas y mortal cuidado?

¡Oh campo, oh monte, oh río!
¡Oh secreto seguro deleitoso!
Roto casi el navío
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.

Un no rompido sueño
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de quien la sangre ensalza o el dinero.

Despiértenme las aves
con su cantar suave no aprendido,
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
quien al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanza de recelo.

Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.

Y como codiciosa
de ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura
Y luego sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo,
y con diversas flores va esparciendo.

El aire el huerto orea,
y ofrece mil olores al sentido
los árboles menea
con manso ruido
que del oro y del cetro pone olvido.

Ténganse su tesoro
los que de un flaco leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.

La combatida entena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.

A mí, una pobrecilla
mesa, de amable paz bien abastada,
me baste, y la baxilla
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable-
mente se están los otros abrasando
en sed insaciable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.

A la sombra tendido,
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce acordado
del plectro sabiamente meneado.

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